AIALA Y LAS ESTADÍSTICAS
AIALA
significa alegría
DILIGENCIA DE NOTIFICACIÓN
En la ciudad de Valencia, a 12 de abril de 2019,
Doña Inmaculada Espiñeira Soto, Notaria del Ilustre Colegio de Valencia, con residencia en esta capital, a instancia de Doña Zenobia Ariztimuño López de Miguel, mayor de edad, con domicilio en Tepotzotlán (México) con DNI 66-666-666 X en calidad de requirente.
Me requiere a mí, Notaria, y yo acepto, para que mediante la presente diligencia de notificación comunique a cuantos pudieren tener interés legítimo en la sucesión de Doña Zenobia Ariztimuño López de Miguel al objeto de que en el plazo legal de 15 días, a contar desde el siguiente a la recepción de la presente, comparezcan en mi despacho profesional sito en la calle Colón, número 32, de la ciudad de Valencia al objeto de ejercer, en su caso, su derecho hereditario mediante la aceptación o repudiación de la sucesión mortis causa de Doña Zenobia Ariztimuño López de Miguel.
En el caso de no comparecer seguirá el procedimiento sucesorio por sus trámites, sin merma del ejercicio de cuantos derechos y acciones se consideren asistidos, con derecho legítimo a la meritada sucesión.
La presente diligencia quedará unida a la matriz del acta de la que trae causa, quedando constancia en las copias que de ella se libren o expidan.
Firma.- Rúbrica y sello de la Notaria.
***
El relato “UN ANTES”
I
-¡No sigas, no
sigas...!. ¿Por qué me gritas siempre dentro del coche?
Está claro,
porque no me puedo escapar. ¿Quién dice que no puedo escapar? Noto como mi mano
se va hacia la puerta del coche, para abrirla. Quiero salir. El coche va muy
rápido. Bueno, pues que se acabe todo. Solo falta que me rompa algo o quede mal
y el resto de vida esté bajo esta presión. Algo en mi cabeza quiere estallar. Noto
el pulso en las sienes. Hace calor. No funciona el aire acondicionado. Me asfixio.
Miro por la ventanilla, veo pasar los
naranjos, casas, coches... Repaso en mi interior quién, me puede ayudar. Qué inútil. No sé cómo, me
he ido alejando poco a poco de todo. Cine. Lectura. Amigos.
Él sigue
hablando fuerte. Golpeando el volante. Yo no quiero callarme. Quiero que me
escuche.
-No entiendo
tus celos y a la vez me hablas de libertades, imagino que solo es en lo que
atañe a tu persona. A mí que me zurzan –que diga eso le enfurece más-.
-¡Basta ya! –que
alce la voz, creo que le asusta-.
No soporto más,
estoy agotada. Cuando me grita así… me quedo con la mente en blanco, mi cerebro
no sabe de frases coherentes. En la distancia salen. Ahora no.
-Vamos a
calmarnos ¿vale? –me revelo a esas frases que no solucionan nada, solo tiran tierra
encima- Eres mi princesa. Solo te quiero a ti. Sabes que yo me comporto así,
pero luego me calmo y te trato como una reina. Porque te trato como una reina
¿Verdad?
No quiero
hablar. Seguirle el juego.
-Odio tus
silencios. Pobrecita. Quieres dar pena –agito mi abanico como para ahuyentar
las palabras-.
-Venga… –y me
pone su mano derecha con la palma hacia arriba a la espera, mientras conduce.
Se supone…, él
supone, que yo tengo que estar agradecida porque es un gesto de caballerosidad
y tengo que poner mi mano izquierda apoyada en la suya como si me ayudara a
bajar una escalera en un acto final.
Me da un beso
en la mano dulcemente, como de enamorado. Noto como me
mira por el rabillo del ojo y se van relajando sus facciones. Las mías
enfriándose.
Esto se acaba.
No me apetece nada vivir. Ilusionarme… creer… para luego esto. Desde que he
nacido siempre así. Yendo contra corriente.
Esperando…
¿qué?
Estamos
llegando a Valencia, cuando llegue a casa me daré un baño, pondré sales, quizás
velas. Sí, creo que un baño lo solucionará todo. Dicen que es un tránsito
dulce, relajado, notas como un mareo y… la nada.
Las
estadísticas dicen que las mujeres nos suicidamos menos que los hombres. Que
tenemos más salidas. No voy a dejar una nota.
-Baja, voy a aparcar.
Iré al Bar con los amigos. No me esperes para la cena –veo como se aleja el
coche una fina lluvia ha empezado a caer-
Estoy ante el
portal. Abro la puerta. Miro el buzón e instintivamente lo abro. Hay cartas. Las
cojo.
Qué ironía ¿qué
me importan las cartas? Más facturas. Subo en el ascensor. Miro la puerta de
entrada todavía sin abrir. Encima de la mirilla hay una imagen del corazón de
Jesús.
¿Para proteger
qué?
¿Quién te puso
ahí? ¿Quién vivió aquí? Era beato o simplemente quería pasar desapercibido de
la policía social de otra época. ¿Qué más da? Tiro las cartas en el mueble del
recibidor. Una de ellas de color marrón sobresale de las demás. Está escrito el
sobre a mano, con una caligrafía casi perfecta y dirigida a mí, Doña Aiala Garcés Ariztimuño
II
Mis pasos me
guían al cuarto de baño de la habitación. Miro la bañera. El pensamiento juega
conmigo. Empieza el ritual ¿El ritual? ¡Qué ironía! El último placer. La escena... Tampoco.
El sonido de la
llave en la puerta, me devuelve a la realidad. Y mi cuerpo reacciona yendo al
salón a recibirle. Ahora, como tantas veces disertará. Querrá hacer las paces.
Sin dejar hablar. Sin escuchar.
No ha sido así.
Me ha dado un beso ligero en la boca. Las buenas noches. Y se ha puesto a ver
deporte en la tv. Yo me voy a la habitación.
Lleno la
bañera. Meto la mano para ver la temperatura. Añado sales. Hago que salga
espuma. Enciendo una vela, el aroma es de flor de albaricoque. Me sumerjo. Cojo
las tijeras de cortarme el pelo que he dejado en el taburete de al lado. Esas
tan afiladas que tengo. Saco la mano izquierda fuera del agua y con la derecha,
suavemente… de izquierda a derecha, dejo deslizar el filo de la tijera abierta
por mi muñeca.
Hago una línea
horizontal, paralela a las cadenas que separan la mano, perpendicular a las
venas.
Empieza a
brotar el líquido rojo. Con cada pulsación. Con ritmo. Haciendo un río… que el
agua expande.
Cierro los
ojos. No me impresiona la sangre. Nunca lo ha hecho. Noto el placer del Baño. Y
un ligero mareo. ¿Sugestión?
¿Y mañana qué?
Mañana nada. ¿Y para llegar a esto has luchado por la felicidad?
Abro los ojos.
Cojo una toalla. Presiono la zona. Lo he visto hacer en las películas. El corte
es superficial. Estoy a tiempo, creo. Abro el cajón, todo está allí. Lo sé. Una
gasa, un esparadrapo, todo bien apretado… rápido, rápido.
Me acerco a la
bañera. Abro el tapón del desagüe. El agua tiene un ligero tono rosa. Dejo
correr el agua y ayudo con la alcachofa de la ducha a que se vuelva
transparente. Cierro el grifo. Apago la vela.
Me siento en mi
lado de la cama. Apoyo ligeramente las manos sobre el colchón, giro suavemente
el cuerpo sobre mí misma y lo dejo caer. Apoyo la cabeza en la almohada. Huele
a mí. Paso mi mano derecha por debajo de la almohada y la izquierda la dejo
caer encima, suavemente. Como si la almohada fuera un cuerpo y le tuviera
cariño. Molesta la herida.
¡Qué ilusa!
Siempre pensé que todo el resto de mi vida dormiría abrazada a alguien. Y ahora
esto. Ver como se acuesta a mi lado y me da la espalda para dormir. Eso sí, si
cree que estoy despierta me da las Buenas Noches y me da un beso. Como un
manual del buen marido. Quiero creer que hubo un tiempo que por amor.
Es de
madrugada. Ya no escucho el sonido de la tv. Hoy no se ha acostado conmigo.
Salgo al balcón. Miro hacia el Cielo y veo como las gotas de agua atraviesan la
luz de las farolas y caen como agujas en mi rostro. Cierro los ojos. Noto como
buscan el surco de los ojos, la nariz… abro la boca y esa mezcla de ellas junto
con las mías saladas, me dan una extraña tranquilidad.
III
Despierto. Me duele el corte de la muñeca. Vuelvo a
recordarlo todo. Es un nuevo día. Me acerco a la cocina
Él me pregunta por la venda. Yo digo que una mala
postura y que…
-Pues muy bien. –me corta, no me escucha-.
Se dirige a la puerta de casa y sale sin más. Da portazo.
Sabe que los odio. Oigo la puerta del ascensor. Silencio.
Me acerco a la puerta de entrada. Doy dos vueltas a
la llave. Hacerlo me hace sentir segura. Apoyo mi espalda en ella. Me giro y observo
el sobre con mi nombre. Lo cojo.
Voy a la ventana. Apoyo la frente en el cristal.
Miro la calle. Él está mirando hacia la ventana desde la acera. Me dice adiós
con la mano y me lanza un beso. ¡Qué maravilloso, me pareció al principio ese
gesto! Yo solo, agito la mano. Se va. Ya no volverá a mirar. Antes sí. Y me
quedo, como esperando. Leo la carta. Allí. De pie.
Me dejo caer en el sillón, como peso muerto. Releo
la carta, varias veces. Cojo el móvil. Marco los números directamente, sin
buscar en la agenda
-Hoy no puedo ir al trabajo, me encuentro mal.
…..
-Me caí, y el dolor de la muñeca no me ha dejado
descansar.
…..
-Sí, iré a que me lo miren. Gracias.
IV
-Zenobia... Mi
tía Zenobia ha muerto –me escucho decir- Y me avisan para la lectura …, no
entiendo nada.
-¿Me nombra en
el Testamento?
Me vienen
escenas de las veces que la he visto. Recuerdo a mi madre contar que en la
adolescencia estaba muy unida a su prima.
Siempre hablaba
de lo bien que se lo pasaba con ella. Esperaba con obsesión sus encuentros.
Cuando estaban juntas sus risas se dejaban oír por toda la casa.
Recuerdo en
especial aquella Fiesta. Se bebió mucho. Mi tía Zenobia como siempre estaba
rodeada de moscones, aunque hoy creo que ella ya había elegido, su mirada no se
apartaba de él cuando se movía entre la gente. Esta vez había invitado a
Valencia a un grupo de amigos mexicanos, unos vinieron con ella desde México y
otros los rescató de diferentes puntos de Europa. La Fiesta duró todo un Fin de
Semana.
Me sentí
observada por ella en un momento de la noche.
Sus ojos tenían cierto brillo y mirada ligeramente ida. No sé si le
gustaba mi persona, nunca me había prestado mucho caso. Mientras se acercaba a
mí, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, como si le pesara, la
estudié. Aprecié en ella cierta… envidia ¿quizás hacia mi juventud?
¿Imaginaciones mías?
Pero no, creo
que no. Yo notaba que los chicos, incluso hombres, me miraban. Quizás fuera
eso, una añoranza de la juventud.
Ella no era una
belleza, pero sus facciones eran interesantes, nunca perdía las formas y si las
perdía lo hacía… elegantemente. Podría decirse que era lo que más predominaba
en ella.
Cuando llegó
hasta mí empezó a hacerme preguntas no recuerdo nada de ese principio de la
conversación, solo que estiró sus manos -maravillosamente cuidadas- y cogió las
mías entre las de ella y buscando mi mirada, me dijo:
-¡Sé tú!.
¡Siempre sé tú!. Así no te engañarás nunca. Confía en ti. Puedes. Tienes
fuerza, desprendes fuerza.
Luego me
abrazó, pero de esos abrazos que dicen… quiero que lo sientas.
Miro el reloj.
Mis manos siguen apoyadas en los brazos del sillón y la carta en mi regazo.
Me he ido. Por
un momento no he estado, ni he llevado el lastre de cada mañana. De la rutina.
Quizás seamos nosotros los que tejemos nuestras propias rutinas y luego no
sepamos salir de ellas.
Creo que comeré
algo ligero y me iré al despacho. Dejo la carta en la mesa camilla. Necesito
ordenar mis ideas, pero si no voy, mañana puedo sentirme agobiada con el
trabajo acumulado.
V
Se abre la
puerta del ascensor. Estoy ante mi puerta, miro el número… 18, el número de
la vida. ¡Qué ironía!. Un número que vive por su propia independencia y
libertad. Suspiro.
La llave no
está pasada. Seguro que ya ha llegado.
-¡Hola! Ya
estoy aquí –digo-.
-¡Hola Cariño! –contesta-.
¡Qué guapa estás! ¿Y lo de la mano?
-Fue anoche,
estaba… -no me escucha, sigue hablando-.
-He leído la
carta. ¡Qué buenas noticias! ¿No?
-Eso parece –contesto-.
Mi tía Zenobia parece que ha querido…
-¿Cuánto te
habrá dejado? -¿me lo pregunta?-.
Me está mirando. Yo estoy de pie, esperando
que acabe de hablar. Como la mayoría de veces, esto va a ser un monólogo. Pues
no, parece que esta vez, espera una respuesta.
-No tengo ni
idea, pero creo que hizo una gran fortuna en México promocionando a artistas y
… -otra vez me deja con la palabra en la boca-.
-Pues podríamos
hacer grandes cosas con el dinero que sea. Porque nosotros nos adaptamos
¿verdad?
-SÍ –contesto-.
-Si es poco un
pequeño viaje. Sin grandes pretensiones…, algo sencillo, por España. Si es
mucho ya veremos, entre los dos lo decidiremos.
Acaba de hablar
y vuelve a buscar en mi mirada. Mis palabras con sus respuestas. Como en el
Restaurante ante los demás –paga tú el
dinero es del mismo bolsillo-. ¿Lo Cree de verdad o solo se justifica? Solo
yo sé que solo se justifica, aunque a veces pienso que lo quiere creer de verdad.
Y continúa disertando.
-Porque siempre
estamos unidos para todo. Contar el uno con el otro es lo mejor. Somos una
familia. Lo mío es tuyo y lo tuyo es mío ¿no? –silencio-.
-¿Cómo cae la
fecha? Por supuesto te acompañaré, no te vayas a sentir sola.
No sé de donde
saqué las fuerzas, pero digo:
-Iré sola.
Lo digo con
tanto convencimiento que se queda callado. Incluso yo me he sorprendido al
escucharme. Quizás es la forma de tratarlo. Dominando. Yo no quiero eso.
Noto el rictus
en su frente y como se convierte su boca en una línea recta. Casi no se ven los
labios.
Salgo del salón
hacia la habitación, para cambiarme y quitarme sobre todo los zapatos.
Sin mediar
palabra me meto en la cocina y empiezo a hacer ruido con todos los objetos, el
ruido justo para que se aprecie actividad
VI
Me gusta notar
el agua correr por las manos. Romper su chorro. Mirar su transparencia. Me
gusta que las pilas den a una ventana
y no a una
pared. Y como en una letanía me estoy escuchando decir en voz alta:
-Lo tuyo es
tuyo
-Lo mío es mío
-Lo tuyo no es
mío
-Lo mío no es
tuyo
-Y no, no te
pertenezco.
-Y en ningún
momento quiero que me pertenezca nadie.
-Y… aunque sí
me he entregado por completo, lo volvería a hacer.
Siento su
presencia. Sé que me ha escuchado. Sé que no va a decir nada.
Noto que se
acerca a mí. Por la espalda. Sé que le excitan mis movimientos cuando friego… o
quizás el de cualquier otra.
Ya no importa. Creo
que ya no importa. Me rodea la cintura. Me susurra:
-¿Por qué no es
siempre así? Dialogando, escuchándonos.
Por un momento
quiero dejarme llevar, como tantas veces. Con el vaivén de la danza del
preámbulo. Creyendo. Esperando… esperando… Hay algo en mí que dice... NO
Muevo las
caderas con un vaivén suave, lo suficiente para:
Despegar sus
manos
Mirarle a la
cara
Volverme a la
ventana
Seguir jugando
con el agua
Seguir…
Se ha enfadado,
lo conozco bien. Oigo el sonido de las llaves y un portazo. Se ha ido. ¿Cómo me
siento? Me siento bien. Cierro los ojos. Viene a mi memoria una tertulia a la
que asistimos, el tema era LA FELICIDAD. Tanto el matemático, el estadista y el
psicólogo que eran los invitados, coincidían que cuanto te toca la lotería o
heredas una fortuna, la felicidad suele durar entre tres a seis meses.
Nunca he sido
consciente de ser feliz
Voy a vencer a
esa Estadística
Si me
garantizan tres o seis meses, me hace sentir bien el solo hecho de pensarlo…
tres o seis meses… –repite mi pensamiento una y otra vez-.
-¡Voy a
escucharte Zenobia! –digo en voz alta-.
- Voy a
escucharme
- Y voy a ir acompañada
a esa lectura con mi mejor amiga
- YO MISMA
Delia
16 de Junio de
2019
Un
antes y un después
El relato y
“UN DESPUÉS”
Han pasado casi
dos años. El día que terminé de escribir el relato mi marido me invitó a cenar.
Yo ilusa de mí pensé que se acordaba de nuestro aniversario, 41 años casados.
La cena transcurrió normal. Al final me dijo que quería hablar. Que las cosas
no podían seguir así. Quería libertad. Yo en un primer momento le dije que
podíamos darnos un tiempo. Él dijo que no. Quería el divorcio. Me entró una
serenidad desconocida en ese momento para mí. Yo le dije que bien. Él me pidió
que el abogado fuera un amigo de ambos, pero que como confiaba en el abogado,
lo arreglara yo y que a él solo lo llamara para la firma del convenio. Que iba
a estar conforme con todo. Yo le dije que sí. Eso fue el 16 de junio de 2019 y
el 14 de julio de 2019 se firmaba el convenio. Empezó una nueva etapa para mí y
sentimientos que a veces se volvían contradictorios. La sentencia del divorcio
y su firmeza fue un 25 de septiembre de 2019. Y a continuación la pandemia y la
falta de abrazos.
¿Qué pasó? ¿Le
incomodé con mi seguridad? No lo sé.
¡Ah! No lo he
dicho. El relato que habéis leído, era uno de los personajes de una novela que
nunca se llegó a publicar. Cada uno de los que formábamos el curso tenía el
suyo propio y en el último capítulo se juntaban todos en una notaría para que
leyeran el testamento. El que dirigía el curso me dijo que mi personaje parecía
sacado de un manual de maltrato psicológico, que lo disfrazara un poco. Me dejó
muda. La historia era inventada, algunas escenas, la mayoría, no. Me fui a
casa. Lo volví a leer con esa mirada que viene desde fuera y decidí que quizás
ese relato “de manual” debería ser leído por quien necesitara despertar.
Delia
11
de abril de 2021